El ángel de la plaza de Carapachay
observa a los transeúntes.
Su presencia de hierro no parece inmutarlos,
o tal vez sea
que ha estado ahí desde hace
quién sabe cuántos años.
El ángel de la plaza de Carapachay
tiene memoria.
Me ha visto pasar
con una sonrisa impresa en la cara,
con lágrimas en los ojos.
El ángel de la plaza de Carapachay
aguarda, silente.
Algún día saldrá de su estático reposo,
desplegando las alas oxidadas.
Mientras tanto,
observa.