Cada vez que hablaba, conquistaba a alguien. Era de esa gente que todo el mundo quiere conocer, porque es interesante. Las cosas que contaba. Cómo las contaba. Tenía un timing perfecto.
Tanto tardó Felipe en darse cuenta de su error, que cuando finalmente lo hizo, comunicarse con Graciela ya era imposible. "Si me hubiera dado cuenta cuando pasó, la hubiera llamado", se dijo. Pero ahora Graciela ya no tenía su celular encima. Un celular no sirve de mucho cuando habitás un ataud.
Libros, revistas, cuadernos, cartas, postales. Su escritorio estaba superpoblado. Las cosas se caían del acantilado de roble hacia el océano de parquet. Ya no podía estar así y se dispuso a ordenar. Para cuando terminó de ordenar, no sólo había cambiado dos veces de calendario, sino que se dió cuenta de que ese escritorio no era realmente el suyo. Esa casa no era realmente la suya. Y volvió a desordenarlo.
Nadie podría haberlo adivinado, pero pasó. Guillermina había quedado embarazada. El futuro padre se había ido del pueblo ni bien se enteró de la noticia. Pero Guillermina decidió tener al crío. Ante la pregunta de cómo se iba a llamar la criatura, su respuesta fue "Lautaro. Como papá.". Y el niño nació con los ojos negros como el petróleo y el corazón puro como el aire del campo.